viernes, 14 de enero de 2011

Si me gusta una canción, la escucho al menos 80 veces seguidas (no es broma)


Alguien me ha comentado que existe un grupo en Facebook que se llama:si me gusta una canción, la escucho al menos 80 veces seguidas (no es broma)”. Pues este fin de semana he hecho méritos para ser socia de honor de este grupo y es que he escuchado el mismo disco una y otra vez durante dos días enterítos. Ha sido un fin de semana de escapada con muchas horas de coche. La primera vez lo escuché mientras preparaba la maleta. Sonaba bien, muy bien. Es un grupo que me gusta y que conozco bien así que la primera escucha se hizo muy fácil. Cuando sonaron todas las canciones le volví a dar al play y sonó de nuevo. Me gusta. Ya empezaba a tararear las canciones aunque era pronto para reconocer las letras, pero, claro está, siempre queda ese estribillo que, por repetitivo, facilón o por el simple hecho de que te hace gracia se te queda grabado en la memoria casi desde la primera vez que lo escuchas. Creo que iba por la cuarta cuando ya lo escuché en el coche. Seguía enganchada al sonido peculiar de sus canciones, a sus melodías, así que sin darme cuenta lo estaba poniendo en el reproductor de cd’s del coche. El viaje fue largo. Más de cuatro horas de interminable carretera. Pero la banda sonora no varió en absoluto. Era un disco nuevo que me gustaba y últimamente eso no me pasa muy a menudo. Llegué a mi destino y entré en el hotel. Por unos minutos desde que me había despertado esa mañana dejé de escuchar mi disco nuevo. Me dieron mi habitación. Subí. Abrí la puerta. Entré y seguidamente abrí la maleta. Saqué el altavoz para ipod y lo conecté. De nuevo oía mi banda sonora particular para aquel fin de semana. Lo escuché mientras me preparaba para una breve siesta. Lo escuché mientras me daba un baño en la bañera de hidromasaje. Lo escuché mientras me duchaba. Lo escuché mientras me preparaba para salir a cenar y ver una obra de teatro. La noche fue bien. Unas pequeñas compras antes de cenar. Cena tranquila e íntima en un pequeño restaurante. Chocolate caliente de postre. Obra de teatro divertida. Paseo por el centro de una gran ciudad. Y alguna que otra copa. Pero en mi cabeza sonaba una y otra vez las melodías de aquellas canciones que me habían acompañado durante todo el día. Ese día ya no las volví a escuchar. Al día siguiente no me desperté demasiado tarde, demasiado tarde para ser domingo, claro. Lo primero que hice instintivamente fue poner música. Y como lo último que había escuchado el día anterior era el disco nuevo, eso fue lo primero que sonó este nuevo día. Por pereza o quizá porque realmente me apetecía volver a escucharlo lo dejé puesto y de nuevo sonó una y otra vez. Sonó mientras me duchaba. Sonó mientras me vestía. Sonó mientras me arreglaba. Y sonó mientras hacía la maleta de nuevo. Esta vez tuve que dejar la música por un rato. Primero un pequeño paseo. Después un desayuno tardío a base de tapas y cerveza. Al terminar algunas compras. Y para finalizar una muestra de cómic de lo más interesante. No por lo que allí exponían, no tengo ni idea sobre este tema. Sino por la fauna que por allí pululaba. Disfraces de personajes manga. Maquillajes terroríficos. Estilismos imposibles. La mayoría adolescentes aunque se podía ver gente de todas las edades equipados con la indumentaria de sus héroes. Y todo ello, lo mejor de todo, llevado con toda naturalidad, tanto que parecía que era yo sola la única que se fijaba en como vestían los demás. De nuevo volví al coche y otra vez, por enésima vez, sonó el disco nuevo. Otras cuatro horas y pico de coche con la misma música que, a esas alturas, ya podía reconocer en cada nota y en cada frase. Al final, llegué al garaje de casa, bajé la maleta y entré en el piso. La música dejó de sonar y aquí acabó mi escapada de fin de semana. Han pasado varios días y no he vuelto a escuchar aquellas canciones que me acompañaron durante 48 intensas horas y que, en mi recuerdo, siempre irán unidas a las imágenes de aquel viaje de fin de semana.

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